¡Sigamos alabando!

Estimados hermanos, ¡paz y bien! Poco a poco vamos acercándonos a la Pascua del Señor y entre retiros, charlas cuaresmales y procesiones nuestros corazones van acompasándose con la floración primaveral. Así, probablemente fue germinando en el corazón de san Francisco un bellísimo escrito: las alabanzas que se han de decir en todas las horas. Se trata de un escrito probablemente compuesto en los últimos años de su vida, cuando su salud ya estaba debilitada y su experiencia vital le llevaba a una contemplación más intensa de Dios. Es una oración que añadía el santo antes de la oración comunitaria y que, por tanto, rezaba varias veces al día.

Acercándonos más al texto en sí, nos vamos a dar cuenta de que se parece mucho en su temática al famoso Cántico del hermano sol cuyos 800 años estamos celebrando: nuestro santo pone el énfasis en Dios como origen último de la bondad, de la belleza y de la generosidad; y en sus criaturas como reflejo de estas cualidades divinas.

Así, hermanos, san Francisco veía la alabanza como un estilo de vida y nos invita a ver y a pensar en el Señor constantemente y a darle gracias por todo lo que nos ha regalado: la naturaleza, las personas que nos rodean y nuestra historia. Hoy más que nunca, en medio del ruido de nuestro mundo, podemos encontrar paz al recordar que Dios es nuestra fortaleza y nuestro bien supremo. Que esta oración nos ayude a vivir con un corazón lleno de gratitud y adoración ante la maravilla de su vida. ¡Alabemos al Señor en todo momento!

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