¡Un Dios vivo!

Estimados hermanos, ¡paz y bien! En este mes de junio, la Iglesia nos propone diferentes fiestas y solemnidades que van marcando el final de la primavera y el inicio del verano. Entre estas fiestas, el pasado 15 de junio, celebramos con gran solemnidad la Santísima Trinidad. Pero… ¡No os preocupéis! Esta breve reflexión no va a intentar explicar este misterio inefable, más bien me gustaría compartir con vosotros la intuición que tuvo san Francisco del Dios vivo y verdadero, «suma Trinidad y santa Unidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo». Efectivamente, para san Francisco, que no fue teólogo ni filósofo, la Trinidad no fue una idea o un objeto de deleite intelectual sino verdaderamente una presencia que envolvió su vida y penetró profundamente en su corazón. Así, toda la actividad de los primeros hermanos, su predicación –incluso ante el sultán–, su oración, sus escritos estuvieron envueltos por la devoción al Dios Uno y Trino.

Hermanos, es nuestro momento para dejar entrar a Dios en nuestras vidas y dejarnos inundar por este misterio, que recemos junto a san Gregorio Nacianceno: «No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo…» (Orationes, 40, 41). Por tanto, que este verano sea para nosotros la ocasión de creernos y vivir –tal y como lo fue la Santísima Virgen– como elegidos por el Santísimo Padre del cielo, consagrados por él con su Santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito. ¡Feliz verano!

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